En estos días, mientras trabajo en una evaluación en la que en más de una ocasión se me ha recordado la importancia de valorar los efectos generados por el proyecto evaluado, así como la contribución de la institución a dichos cambios, es inevitable repensar una vez más sobre el giro del discurso evaluativo hacia los manidos «resultados«. Gestión basada en resultados, para resultados de desarrollo, resultados e impactos…una amalgama de argumentos que, en mi opinión, incluyen planteamientos de base muy distintos.

Recomiendo esta entrada de Owen abroad, titulada «Siete preocupaciones sobre enfocar en resultados, y cómo manejarlas«. Desde una perspectiva crítica sobre la reduccionismo de una parte de las corrientes que apuntan a resultados (insisto, creo que no son todas, y que bajo este paraguas hay diversidad e incluso divergencia), el artículo hace una revisión sobre la importancia de tomarse el discurso en serio y buscar el modo de conjugar los diferentes intereses que apuntan los dichosos «resultados». En un escenario de crisis internacional, marcado entre otras muchas cosas por la recomposición de la llamada «Arquitectura de la Ayuda», hay que entender el valor simbólico de los Resultados de esa ayuda y de quien la maneja (agencias públicas y privadas, ONG, sistemas nacionales de países receptores…).

Creo que el planteamiento es valiente: urge un replanteamiento total, no una evolución más o menos amigable. Hacer de la Ayuda una estrategia que aporte significativamente a la lucha contra la pobreza y la promoción de un desarrollo más equitativo y más sostenible requiere de la ruptura con algunos de los lastres todavía enquistados en la estructura. En caso contrario estamos hablando de una superposición de otra tarea más a la maquinaria existente, y como resultado (valga la redundancia) sólo obtendremos desidia, como ya estamos observando. Muchos/as profesionales del desarrollo no entienden el valor añadido (quizá además no lo tiene) de devanarse los sesos con más matrices para elucubrar su contribución, pero sin sacrificar un milímetro el cumplimiento de un plan rígido, preestablecido y centrado en su protagonismo como agente de cambio, no en sus socios.

De lo que no estoy tan seguro es de los medios. No puedo evitar preguntarme una vez más qué se entiende por evaluación de impacto «rigurosa». De hecho, no sé si todos/as entendemos y buscamos lo mismo el mirar hacia el «impacto». Entiéndaseme bien, no estoy negando su importancia, pero como diría mi buen amigo y admirado Mauri, «no sé si todos estamos claros». En cualquier caso, cada vez más me convenzo de que la Evaluación es el aporte crítico, la llave -si es que la hay- para desencadenar el cambio de planteamiento. Pero para usar la llave necesitamos una mano con convicción para abrir la puerta. Necesitamos Capacidades de evaluación.